lunes, 24 de julio de 2017

Si Darwin fuera presidente.

   Antaño, en esa lejana nebulosa de recuerdos que aún me permiten mis neuronas, si te iba mal en un exámen en la escuela, tu maestra- y una chancleta infalible en casa- te estimulaban a prepararte mejor  y mejorar los resultados en la próxima ocasión. Eso significaba una estricta dieta televisiva en el hogar y una prolongada ausencia en las birrias callejeras de béisbol o fútbol del barrio. ¡Y cuidadito si te sorprendían en la ventana, cual embelesado espectador o gritando instrucciones a los birriosos de la tarde, como un Bolillo cualquiera! Ahí te percatabas que la susodicha chancleta, a pesar de no venir de Kriptón, volaba a millón y con certera puntería.
   Luego vino el infausto progreso a cambiarlo todo: porque, créanlo o no, no siempre resulta que mejoramos con el correr del reloj. Algunas veces lo que llamamos evolución no es sino un decaer de las cosas; para pruebas tiendan la mirada a su alrededor: buseros piratas, taxistas, inspectores de tránsito y diputados. ¿Alguna vez habría sospechado el Hacedor que su obra degeneraría hasta semejante cortocircuito creativo? ¿Habría sospechado Darwin, en su momento de suprema inspiración, que en un pequeño país como éste, sembraríamos fuertes dudas en cuanto a su planteamiento de que los seres humanos bajaron de los árboles, se irguieron sobre sus patas traseras y caminaron para construir civilizaciones? Pobre ingenuo- el Darwin- por creer semejante animalada. ¿O será que en un momento de cansancio se le traspapelaron los documentos y la teoría iba en orden inverso? Paraíso, paso del gorila, y de vuelta a las ramas.
   Que nos perdone Darwin si, güija en mano, lo invocamos para que demuestre con hechos criollos su teoría. Porque en estos predios la evolución no es más que un elefante rosado producto del delirium tremens de quien se niega a aceptar el veredicto de la realidad panameña.
   En este pequeño país, amante del mercadeo político y la publicidad engañosa, usted acusa que el servicio de salud pública es un desastre y quienes lo dirigen corren, arman una campaña escandalosa y carísima y, luego, a otra cosa. Aunque el problema sigue vigente y sin mejora alguna.
   Otro se queja del ineficiente servicio de agua potable y, ¡zas!, una nueva campaña intensiva cuyo único resultado es un publicista o mercader político con los bolsillos llenos mientras la incompetencia persiste y se agrava.
   Y que no se le ocurra quejarse del paupérrimo y malhadado servicio de la Caja de Seguro porque, lo único seguro es la subsiguiente campaña de anuncios humanizadores que repiquetearán en su mollera sin ningún otro resultado mas que abultar la cuenta bancaria de algún avivato.
   Y del Gobierno, ni hablar. Ahora que la ciencia es cosa común en los pasillos reales, en alguno de los tantos laboratorios científicos que allí pululan, una mente portentosa dió con la piedra filosofal de la política: la percepción.
   Cualquier ciudadano- apuntando a los hechos y las circunstancias que sufre en carne propia- acusa de inútil, desde el presidente para abajo, y no faltará la media docena de Einstens criollos que corran a “taquillar” a los medios y las plazas públicas alegando que la ciudadanía está hundida “hasta el pescuezo” en las arenas movedizas del prejuicio y el error. Que en el gobierno no hay tales inútiles, les escuchará vociferar, que tal adjetivo- inútiles- es producto de maquinaciones e intereses maquiavélicos de los adversarios políticos, de una “percepción” errada y con aviesos propósitos oscuros. Y a continuación lloverán las cuñas publicitarias, los slóganes y el repiquetear de los call centers; una y otra y otra vez martillando lo mismo: el gobierno de la transparencia, de la decencia, de los inmaculados, de los 58 balboas más en tus bolsillos y el largo etcétera de promesas sin cumplir. ¿Y acciones concretas para cambiar la situación? Para abaratar la canasta básica, para brindarle un suministro de agua continua al pueblo primero, para darles seguridad fuera y dentro de sus hogares…Eso no es importante, eso puede continuar igual. Aquí lo importante es cambiar la percepción…o llenarle los bolsillos a quienes manejan las campañas.
   Antaño, les decía al comenzar, entre la dieta televisiva y la continuada ausencia en las birrias callejeras del barrio, te esforzabas para el siguiente examen escolar; estudiabas hasta caer dormido sobre libros y cuadernos, repetías la lección en voz alta hasta que se te grabara como un tatuaje en las neuronas; hacías el examen y, ¡sorpresa!: subías la nota a tales niveles que hasta tú dudabas que fuera cierto.
   Ahora, entre tanto mercadeo político y publicidad, entre tanta “evolución” que más parece “involución”, ahora, repito, tienes un problema y le sacas el cuerpo, lo metes bajo la alfombra de los anuncios engañosos y te sientas a esperar: más tarde o más temprano cambiará la percepción, que es lo único que importa que cambie: no son las angustias ni los problemas que experimente el pueblo lo que te debe robar el sueño, es la percepción que puedas inculcarle al respecto.

  ¿Evolución? ¡Qué pena con usted, Darwin, pero, en este país, se equivocó de cabo a rabo!