Antaño, en esa
lejana nebulosa de recuerdos que aún me permiten mis neuronas, si te iba mal en
un exámen en la escuela, tu maestra- y una chancleta infalible en casa- te
estimulaban a prepararte mejor y mejorar
los resultados en la próxima ocasión. Eso significaba una estricta dieta
televisiva en el hogar y una prolongada ausencia en las birrias callejeras de
béisbol o fútbol del barrio. ¡Y cuidadito si te sorprendían en la ventana, cual
embelesado espectador o gritando instrucciones a los birriosos de la tarde,
como un Bolillo cualquiera! Ahí te percatabas que la susodicha chancleta, a
pesar de no venir de Kriptón, volaba a millón y con certera puntería.
Luego vino el
infausto progreso a cambiarlo todo: porque, créanlo o no, no siempre resulta
que mejoramos con el correr del reloj. Algunas veces lo que llamamos evolución
no es sino un decaer de las cosas; para pruebas tiendan la mirada a su
alrededor: buseros piratas, taxistas, inspectores de tránsito y diputados. ¿Alguna
vez habría sospechado el Hacedor que su obra degeneraría hasta semejante
cortocircuito creativo? ¿Habría sospechado Darwin, en su momento de suprema
inspiración, que en un pequeño país como éste, sembraríamos fuertes dudas en
cuanto a su planteamiento de que los seres humanos bajaron de los árboles, se
irguieron sobre sus patas traseras y caminaron para construir civilizaciones?
Pobre ingenuo- el Darwin- por creer semejante animalada. ¿O será que en un
momento de cansancio se le traspapelaron los documentos y la teoría iba en
orden inverso? Paraíso, paso del gorila, y de vuelta a las ramas.
Que nos perdone
Darwin si, güija en mano, lo invocamos para que demuestre con hechos criollos su
teoría. Porque en estos predios la evolución no es más que un elefante rosado
producto del delirium tremens de quien se niega a aceptar el veredicto de la
realidad panameña.
En este pequeño país,
amante del mercadeo político y la publicidad engañosa, usted acusa que el
servicio de salud pública es un desastre y quienes lo dirigen corren, arman una
campaña escandalosa y carísima y, luego, a otra cosa. Aunque el problema sigue
vigente y sin mejora alguna.
Otro se queja del
ineficiente servicio de agua potable y, ¡zas!, una nueva campaña intensiva cuyo
único resultado es un publicista o mercader político con los bolsillos llenos
mientras la incompetencia persiste y se agrava.
Y que no se le ocurra
quejarse del paupérrimo y malhadado servicio de la Caja de Seguro porque, lo
único seguro es la subsiguiente campaña de anuncios humanizadores que
repiquetearán en su mollera sin ningún otro resultado mas que abultar la cuenta
bancaria de algún avivato.
Y del Gobierno, ni hablar. Ahora que la ciencia es cosa común
en los pasillos reales, en alguno de los tantos laboratorios científicos que
allí pululan, una mente portentosa dió con la piedra filosofal de la política:
la percepción.
Cualquier ciudadano-
apuntando a los hechos y las circunstancias que sufre en carne propia- acusa de
inútil, desde el presidente para abajo, y no faltará la media docena de
Einstens criollos que corran a “taquillar” a los medios y las plazas públicas
alegando que la ciudadanía está hundida “hasta el pescuezo” en las arenas
movedizas del prejuicio y el error. Que en el gobierno no hay tales inútiles,
les escuchará vociferar, que tal adjetivo- inútiles- es producto de
maquinaciones e intereses maquiavélicos de los adversarios políticos, de una
“percepción” errada y con aviesos propósitos oscuros. Y a continuación lloverán
las cuñas publicitarias, los slóganes y el repiquetear de los call centers; una
y otra y otra vez martillando lo mismo: el gobierno de la transparencia, de la
decencia, de los inmaculados, de los 58 balboas más en tus bolsillos y el largo
etcétera de promesas sin cumplir. ¿Y acciones concretas para cambiar la
situación? Para abaratar la canasta básica, para brindarle un suministro de
agua continua al pueblo primero, para darles seguridad fuera y dentro de sus
hogares…Eso no es importante, eso puede continuar igual. Aquí lo importante es
cambiar la percepción…o llenarle los bolsillos a quienes manejan las campañas.
Antaño, les decía al
comenzar, entre la dieta televisiva y la continuada ausencia en las birrias
callejeras del barrio, te esforzabas para el siguiente examen escolar; estudiabas
hasta caer dormido sobre libros y cuadernos, repetías la lección en voz alta
hasta que se te grabara como un tatuaje en las neuronas; hacías el examen y,
¡sorpresa!: subías la nota a tales niveles que hasta tú dudabas que fuera
cierto.
Ahora, entre tanto
mercadeo político y publicidad, entre tanta “evolución” que más parece
“involución”, ahora, repito, tienes un problema y le sacas el cuerpo, lo metes
bajo la alfombra de los anuncios engañosos y te sientas a esperar: más tarde o
más temprano cambiará la percepción, que es lo único que importa que cambie: no
son las angustias ni los problemas que experimente el pueblo lo que te debe
robar el sueño, es la percepción que puedas inculcarle al respecto.
¿Evolución? ¡Qué pena
con usted, Darwin, pero, en este país, se equivocó de cabo a rabo!