miércoles, 24 de agosto de 2016

Sarpullido de letras

Cuando una considerable masa ciudadana se da cita en la fiesta cultural propiciada por la Feria Internacional del Libro, resultan notables las ausencias de la ministra de la educación nacional y la del presidente de la nación; sin mencionar las del resto de la cúpula del aparato gubernamental.
Pero, ¿qué puede ya sorprendernos en éste páramo donde el teatro nacional se cae a cuotas diarias y la ciudad de las artes se esfuma hundida en el sopor de la desidia y el abandono estatal?
Por fortuna, el ciudadano de a pié, asistió en número considerable; compensando las ausencias mencionadas. Aunque a este país no le vendría mal funcionarios de rango, directores y ministros que afrontaran su alergia a las letras y se atrevieran a caminar entre los anaqueles de libros. ¡Cuán refrescante sería el espectáculo de un presidente valiente y decidido, que sobreponiéndose al pavor por la cultura se atreviera a manosear un tomo, lo apretara fuerte entre sus manos, acariciara su lomo y ojeara algunas páginas en este anaquel; otro par más en el de más allá, y algunas otras en el de acullá! Al final de ese breve paseo, ni se imagina la notable porción de cultura con la que saldría a cuestas ( para beneficio propio y del país entero).
Y lo mismo para la ministra en cuestión. Con el solo buen ejemplo de asistir, alimentaría por imitación el deseo de los estudiantes de acercarse un poco más a las letras. Por ahí se habría topado con dos clásicos que nos vendrían como anillo al dedo para insuflar de esperanza nuestro recaído sistema educativo: Emilio, o de la educación, de Jean Jacques Rousseau; y Experiencia y educación, de John Dewey.
Y no solo la institución educativa habría salido fortalecida de un periplo por la feria, también el resto de los políticos se habrían “enriquecido” más alla de sus bolsillos.
Por ejemplo, con Los apuñaladores, de Leonardo Sciascia, el recientemente célebre diputado santiagueño habría comprendido más a fondo la tragedia de las traiciones que lo “bajaron del bus” en el reparto de comisiones.
Con La tierra que pisamos, de Jesús Carrasco, tal vez el casi anónimo ministro viajero de obras públicas tomaría conciencia- con tal título- de las angustias y el drama de la niñez de las periferias del país, que cada mañana emprenden la aventura de atravesar trochas y vericuetos destrozados para asistir a las escuelas.
Con El establishment: la casta al desnudo, de Owen Jones, se identificarían plenamente las garzas por los alrededores del ministerio presidencial. Y si se animan lo suficiente enloquecerían de la risa con un título como Cuando éramos ángeles, de Beatriz Rodríguez, en vista de la transformación sufrida desde que prometían cielo y tierra y ahora cuando explotan ante la menor crítica que se les avienta.
Y para el poder verdadero, el que manda tras la silla, dos títulos que le harán la radiografía justa y precisa: Desde la sombra, del español Juan José Millas, y Fuerzas oscuras, del inglés Dennis Wheatley.
Y ya que andamos por los predios de poderes tras el trono, para el diputado afortunado recomendaríamos Contactos Furtivos, de Antonio Rabinad, para que sus acercamientos a las aguas de la Autoridad del canal naveguen a la luz del conocimiento...¡público! Y que lo complemente con la lectura de Privilegio y poder, de Leonardo Sciascia. Pero, eso si, que no se olvide de La vida es sueño, del inmortal Pedro Calderón de la Barca. Porque falta ya muy poco para el 2019, que le puede despertar de un sueño de oro y diamantes y sumergirlo en una pesadilla de ojos abiertos donde el infierno descrito por Dante será solo un detalle.
Para el responsable del ministerio que vela por la salud del pueblo, que se acerque a Los cerebros electrónicos, de Rolf Lohberg, para que la próxima vez el país no tenga que conformarse con algo tan burdo como el supervirus de los tres meses. Y si de salud se trata, para el recién calificado nini de la Caja, en alguno de los anaqueles de la feria está disponible El hombre sentado en el pasillo y el mal de la muerte, de Marguerite Duras, que retrata lo que ocurre en la antes beneficiosa institución de los trabajadores. Y si con este no es suficiente que se acerque sin miedos a El mundo alucinante, de Reynaldo Arenas, que bien podría ser el titulo de un documental sobre la Caja de Seguro Social.
Para quienes aún deben respuestas a las múltiples deficiencias en el suministro, Muerte por agua, de Kenzaburo Oé, resulta una efectiva campanada de advertencia en una institución sumida en el fracaso y las permanentes excusas, a pesar de ser una de las columnas vertebrales en las promesas de la pasada campaña. Y como existe un lazo umbilical entre el agua y el ambiente, nuestro ambiente; La arboleda perdida, de Rafael Alberti, nos quedaría como tatuaje en la memoria cuando perdamos el ultimo manglar y se extinga la huella de la naturaleza en nuestras costas que muchos ansían de cristal y cemento.
No olvidemos los títulos pertinentes al otro lado del charco. Italia, por ejemplo, donde viene muy a tono El juguete rabioso, de Robert Arlt; luego que las acusaciones de corrupción de antes, por arte de birlibirloque son ahora ganancias para el país, materializadas en un helicóptero ambulancia.
Y el Breviario de los vencidos, de E.M. Ciorán; El gran golpe y Dinero sangriento, de Dashiell Hammett, caería bien entre los altos mandos de los organismos de seguridad pública, porque la percepción que domina es de batalla perdida ante el crimen. Y aprovechando que andamos por los predios de la gente de temer, para nuestra gloriosa Asamblea recomendaría Ávidas pretensiones, de Fernando Aramburu (pero no el criollo), que retrata íntegramente la ambición ahí reinante.
Para tanto nuevo afortunado con millonarias casas de playa, me viene a la memoria Historia del oro, de Rene Sadillot; y Las joyas del Paraíso, de Donna León.
Para el familiar Pinilla y su corte, allá en la vecindad del mercado de abastos, le viene a cuento La mala hora, del siempre recordado García Márquez; porque lo del pirata informático Sepúlveda suena más que a cuento. La buena reputación, de Ignacio Martínez de Pisón, complementaría las lecturas por esos rumbos, porque la credibilidad de sus figuras anda por el suelo.
Y para terminar, precisamente donde comenzamos, ¿qué titulos vendrían bien al Primer Ciudadano?
Se me ocurren algunos entre una interminable lista: Todo ángel es terrible, de la fabulosa Susanna Tamaro. Cuando pase tu ira, de Asa Larsson, por aquello de reconciliarse después de entregar la banda en el 2019. Un hombre que promete, de Adele Ashworth, que le encaja a la medida por razones de todos conocidas; También Barrabás y otros cuentos, de Arturo Uslar Pietri, por la indulgencia que demuestra con los pecadores y delincuentes que viajan junto a él en el barco gubernamental.
Y para culminar, aunque se queden muchisimos más en el tintero, he aquí el título que describe su ya próximo destino producto de su saña, su odio y algunos otros muchos pecadillos: Corre, conejo, del inolvidable John Updike.

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