sábado, 20 de agosto de 2016

Vícktor Frankenstein y la gran fiesta de la ampliación.

 Y finalmente llegó el día que esperábamos tan ansiosamente. El día que como un crisol nos fundiría en un nuevo país capaz de grandes retos. Con una nueva mentalidad y un nuevo carácter, necesarios ambos para afrontar las grandes oportunidades que asoman en el futuro cercano.
Aún no amagaba el sol con romper las penumbras de la madrugada cuando ya decenas de ciudadanos ilusionados marchaban al punto donde se reunirían las muchedumbres esperanzadas con la nave privilegiada y la historia. Todos serían testigos. Todos soñando que a partir de ahí, el país comienza el nuevo rumbo hacia la prosperidad y hacia las cumbres de los nuevos tiempos.
Nadie reparó en el fantasma de un personaje atemorizante que agazapado entre los pliegues del calor y la indiferencia, esperaba el momento para restaurar su imperio. Pacientemente, con un saco abultado por las piezas precisas para rearmar al monstruo, para insuflarle nueva vida. Sin llamar la atención de los presentes, o, más bien, invisible para la muchedumbre, deambulaba Vícktor Frankenstein, con su diabólica sonrisa estampada en el rostro. Seguro de volver a reanimar a su monstruo, que, en pocas horas dejaría de respirar a bocanadas trémulas para palpitar vigorosamente, para levantarse de la mesa del nuevo laboratorio y caminar seguro y confiado dentro de los confines de su nuevo reino.
El sol era ya el rey de la bóveda celeste. El cenit estaba conquistado por su grandeza y resplandor inmortal. Las muchedumbres felices porque atestiguaban un hecho que marcaría el antes y después de la república. Finalmente el simbolismo de nuestro escudo nacional se haría realidad: la cornucopia de la abundancia y la rueda del progreso serían monedas de uso común en la mente y el corazón de cada panameño presente...por lo menos eso creyeron hasta que llegó el momento de alimentar el cuerpo. Porque satisfecho el espíritu con la ambrosía y los néctares de la esperanza y la ilusión, no se podía descuidar alimentar al cuerpo. Para recuperar las energías y seguir atestiguando la historia. Para recuperar las fuerzas y no ceder a la desesperanza a la que nos vemos rendidos ciertos incrédulos ante los espectáculos de nuestra farándula gubernamental.
Cada ciudadano, común y corriente, recibió para recomponerse una pequeña bolsa de papitas y un hot dog envuelto en papel de aluminio, mientras el monstruo, recostado en la mesa del nuevo laboratorio, desencajaba su rostro en un esfuerzo descomunal por aspirar una gigantesca bocanada de aire y volver a la vida.
El Silver Roll está vivo otra vez. El grupo no perteneciente a la casta privilegiada de esta zona del país. Aquellos que ganando entonces entre 5 y 25 centésimos, con suerte sumaban unos 75 dólares mensuales mientras los de la otra orilla se embolsaban hasta 600 machacantes.
Mientras los Gold Roll habitaban casas de ensueño en barrios espectaculares, con clubes, campos de béisbol, salas de lecturas y muchas otras comodidades; los Silver Roll eran alojados en barracas insalubres y, en el caso de ser solteros, en casas de campaña cercanas a sus puestos de trabajo.
El monstruo respira profundamente, mientras en el Gold Roll burbujea la celebración, acompañada de mousse de maíz nuevo, caviar de ají chombo, colitas de langostinos de San Blas aderezadas con emulsiones tibias de hierbas aromáticas. Todas esas exquisiteces seguidas por arañitas de plátano, arroz con coco cremoso y corvina fresca del Pacífico. Sin olvidar los lingotes de chocolate bocatoreño, el merengue gratinado, el flan, las trufas y los granos de café del postre.
La criatura del siniestro Vícktor Frankenstein se incorporó finalmente. Y abandonó la mesa del laboratorio para tomar posesión de su nuevo reino. Pasa de largo mientras uno de los últimos asistentes a la inauguración mastica pausadamente el hot dog que en buena lid le ha tocado. Mira, el obrero, por centésima vez el sitio por el que pasó la gigantesca nave y se resigna a volver a su mundo de siempre, marcado por las limitaciones de infraestructuras, educativas y de salud. ¡De seguridad ni hablar!

Buenas tardes, Frankenstein...

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