Entre tantos programas ociosos que nos brindan los servicios de
televisión por cable, miraba hace días uno donde se le daba un
ligero vistazo a esa impenitente manía que tenemos los seres humanos
de acumular las cosas más inverosímiles que se puedan imaginar.
Especímenes humanos dedicados a recoger los chécheres que otros
desechan por inútiles y con los cuales llenan el más mínimo
espacio a su alrededor en un intento de apaciguar ancestrales miedos
al vacío o, en su defecto, a la soledad.
En
medio de tanta absurda manía recolectora, vino a golpear mis
neuronas el recuerdo de mi infancia allá a mediados de los años
setentas, cuando impulsado por no sé qué repentina inspiración me
dediqué a coleccionar sellos de correos.
Aún recuerdo la mirada burlona de mis hermanos.
-
Otra vez con una nueva locura- clamaban a nuestros padres ya
incomodados por tantos cuadernos de dibujos y pasquines tirados por
cada rincón de la casa- ¿ Nunca han considerado mandarle examinar
la chaveta a éste?
Pero, terco como ya amenazaba ser, ni las burlas de mis parientes ni
la dificultad de conseguir sellos que no fueran los pocos que pudiera
obtener en la oficina de correos local, me disuadieron de mi nueva
afición: la filatelia.
Durante algunos años me las ingenié para reunir una considerable
cantidad de sellos postales provenientes de la más variada geografía
internacional. Y cada día emprendía el esfuerzo soñando con
encontrarme accidentalmente un ejemplar del valioso penique negro,
originario del Reino Unido y creado en 1840 por Sir Rowland Hill; o
ansiaba encontrarme con el famosísimo Z-Grill, considerado el sello
más famoso de Estados Unidos por sus detalles, su rareza y los
cientos de miles que, para entonces, era su valor conocido.
Afortunadamente para mis padres y hermanos, el reloj siguió su curso
y con el tiempo acumulado llegó la adolescencia y otros intereses se
presentaron y borraron la curiosidad por tan pequeñas cuadrículas
de papel impreso. El siempre bien recordado Jardín La Tablita se
convirtió en mi templo de fin de semana y el escándalo de la música
y las luces ocuparon el lugar que antes ocuparon los sellos. Había
llegado la época de coleccionar eventos, los fines de semana, para
descansar un poco del trajín del colegio.
El
otro coleccionismo pasó a ser historia. Recuerdos bien atesorados de
una etapa donde no olvido haber tenido noticias de manías
acumulativas de las más distintas especies: loncheras, figuras de
superhéroes, pasquines, encendedores, bolígrafos, pequeños autos
Hot Wheels, calcomanías… Todo lo que se preste para ser acumulado.
Unos por el simple placer de amontonar y tener. Otros, con la
esperanza de un dia cualquiera percatarse que su colección es un
tesoro y que hay alguien brillante dispuesto a dar una pequeña
fortuna a cambio de tanto cachivache.
Pero, ¿ a qué viene tanto cuento?
Pues, que entre una historia y otra del programa mencionado, entre un
acumulador y otro de las cosas más inesperadas y absurdas, me vino a
la memoria el inquilino actual de nuestro Palacio de las Garzas. Ese,
es hoy dia, nuestro Primer Gran Coleccionista. Ejemplar supremo y
santo patrono del coleccionismo nacional. Gurú eminente de todo
aquél nacional que no se resista a la tentación de acumular
cualquier cosa, por absurda que parezca.
Porque para nadie pasa desapercibido que nuestro Primer Ciudadano,
desde aquellos malhadados días de campaña inició la más notoria
colección de eslóganes de los que tenemos memoria. La más
enjundiosa colección que jamás nos regalara la publicidad política
criolla.
¡El
pueblo primero! El más notorio de todos... 100 por ciento agua.
Barrios seguros. Sanidad básica. Cero letrinas. Techos de
esperanzas. Más dinero en tus bolsillos ( 58 dólares más, según
los pinochos oficialistas) Más empleos. Más seguridad. Más
transparencia. Más inversión. Y por ahí sigue la lista, porque aún
no se agota…Que la imaginación de nuestro Primer Ciudadano es muy
creativa en cuanto a frases pegajosas.
Lástima que sólo lo sea en ese apartado, porque en el de la
realidad la historia es otra. En la realidad el pueblo común y
corriente vive cada día en medio de una violencia descontrolada, con
un servicio de transporte abusivo, desempleo creciente y , entre
otras cosas más, una canasta básica inalcanzable para el bolsillo
común.
Pero, eso si, todo ello abonado por un optimismo invencible desde
palacio. Porque desde allá, a diario, nos bombardean con una
metralla notable de puros eslóganes, con los cuales se maquilla una
realidad de fracasos rotundos y evidentes. Puras frases bonitas. De
eso, de ninguna otra cosa, se compone la colección de nuestro hoy
Primer Gran Coleccionista.
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