sábado, 20 de agosto de 2016

Colecciones de ayer y hoy

  Entre tantos programas ociosos que nos brindan los servicios de televisión por cable, miraba hace días uno donde se le daba un ligero vistazo a esa impenitente manía que tenemos los seres humanos de acumular las cosas más inverosímiles que se puedan imaginar.
Especímenes humanos dedicados a recoger los chécheres que otros desechan por inútiles y con los cuales llenan el más mínimo espacio a su alrededor en un intento de apaciguar ancestrales miedos al vacío o, en su defecto, a la soledad.
En medio de tanta absurda manía recolectora, vino a golpear mis neuronas el recuerdo de mi infancia allá a mediados de los años setentas, cuando impulsado por no sé qué repentina inspiración me dediqué a coleccionar sellos de correos.
Aún recuerdo la mirada burlona de mis hermanos.
- Otra vez con una nueva locura- clamaban a nuestros padres ya incomodados por tantos cuadernos de dibujos y pasquines tirados por cada rincón de la casa- ¿ Nunca han considerado mandarle examinar la chaveta a éste?
Pero, terco como ya amenazaba ser, ni las burlas de mis parientes ni la dificultad de conseguir sellos que no fueran los pocos que pudiera obtener en la oficina de correos local, me disuadieron de mi nueva afición: la filatelia.
Durante algunos años me las ingenié para reunir una considerable cantidad de sellos postales provenientes de la más variada geografía internacional. Y cada día emprendía el esfuerzo soñando con encontrarme accidentalmente un ejemplar del valioso penique negro, originario del Reino Unido y creado en 1840 por Sir Rowland Hill; o ansiaba encontrarme con el famosísimo Z-Grill, considerado el sello más famoso de Estados Unidos por sus detalles, su rareza y los cientos de miles que, para entonces, era su valor conocido.
Afortunadamente para mis padres y hermanos, el reloj siguió su curso y con el tiempo acumulado llegó la adolescencia y otros intereses se presentaron y borraron la curiosidad por tan pequeñas cuadrículas de papel impreso. El siempre bien recordado Jardín La Tablita se convirtió en mi templo de fin de semana y el escándalo de la música y las luces ocuparon el lugar que antes ocuparon los sellos. Había llegado la época de coleccionar eventos, los fines de semana, para descansar un poco del trajín del colegio.
El otro coleccionismo pasó a ser historia. Recuerdos bien atesorados de una etapa donde no olvido haber tenido noticias de manías acumulativas de las más distintas especies: loncheras, figuras de superhéroes, pasquines, encendedores, bolígrafos, pequeños autos Hot Wheels, calcomanías… Todo lo que se preste para ser acumulado. Unos por el simple placer de amontonar y tener. Otros, con la esperanza de un dia cualquiera percatarse que su colección es un tesoro y que hay alguien brillante dispuesto a dar una pequeña fortuna a cambio de tanto cachivache.
Pero, ¿ a qué viene tanto cuento?
Pues, que entre una historia y otra del programa mencionado, entre un acumulador y otro de las cosas más inesperadas y absurdas, me vino a la memoria el inquilino actual de nuestro Palacio de las Garzas. Ese, es hoy dia, nuestro Primer Gran Coleccionista. Ejemplar supremo y santo patrono del coleccionismo nacional. Gurú eminente de todo aquél nacional que no se resista a la tentación de acumular cualquier cosa, por absurda que parezca.
Porque para nadie pasa desapercibido que nuestro Primer Ciudadano, desde aquellos malhadados días de campaña inició la más notoria colección de eslóganes de los que tenemos memoria. La más enjundiosa colección que jamás nos regalara la publicidad política criolla.
¡El pueblo primero! El más notorio de todos... 100 por ciento agua. Barrios seguros. Sanidad básica. Cero letrinas. Techos de esperanzas. Más dinero en tus bolsillos ( 58 dólares más, según los pinochos oficialistas) Más empleos. Más seguridad. Más transparencia. Más inversión. Y por ahí sigue la lista, porque aún no se agota…Que la imaginación de nuestro Primer Ciudadano es muy creativa en cuanto a frases pegajosas.
Lástima que sólo lo sea en ese apartado, porque en el de la realidad la historia es otra. En la realidad el pueblo común y corriente vive cada día en medio de una violencia descontrolada, con un servicio de transporte abusivo, desempleo creciente y , entre otras cosas más, una canasta básica inalcanzable para el bolsillo común.

Pero, eso si, todo ello abonado por un optimismo invencible desde palacio. Porque desde allá, a diario, nos bombardean con una metralla notable de puros eslóganes, con los cuales se maquilla una realidad de fracasos rotundos y evidentes. Puras frases bonitas. De eso, de ninguna otra cosa, se compone la colección de nuestro hoy Primer Gran Coleccionista.

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