Decía un olvidado personaje de mi terruño que no es aquél que
más alto despotrica de paraísos y virtudes, el que resulta ser el
mejor cura para el pueblo. Sabiduría popular que viene a cuento
ahora que la brújula de Palacio y de algunas de sus sucursales
apunta hacia un lado y se actúa en dirección contraria.
Porque el nuevo monarca que ocupa el trono ha resultado de piel
sensible: pero no para las necesidades y urgencias del pueblo al que
atarugó de falsas promesas, sino extremadamente sensible ante las
críticas de aquellos que no comulgan con sus fantasías y desvaríos.
Contra periodistas, comentaristas y caricaturistas que a diario
manifiestan lo que le resulta evidente a un pueblo hastiado: que el
actual inquilino de palacio no es el Moisés que partirá las aguas
del mar Rojo y nos guiará a la tierra de nuestros sueños. Nuestro
profeta de barro carece de las aristas necesarias para alimentar el
sueño de un verdadero y profundo cambio nacional.
Escribo ésto y, ante tal descripción, por aquellas desconocidas
y traicioneras asociaciones neuronales, me viene a la memoria el
personaje de una divertidísima telenovela colombiana que estuvo en
cartelera hace algunos años. El inútil, creo que se
titulaba; y su vida, como la de nuestro personaje de marras, giraba
sólo en torno a los paseos y a la incompetencia. Un personaje sin
trascendencia, que entre una promesa y otra, derrochaba su vida entre
tragos y bailes improductivos. Una rémora que vivía de las
ilusiones de los demás, concentrado solo en sus intereses e incapaz
de construir nada que reportara beneficios a alguien ajeno a sus
propios bolsillos.
Pero, como decía mi recordada abuela, las desgracias viajan
acompañadas. Y como si la incompetencia no fuera suficiente, el
aprendiz de sátrapa se manifiesta intolerante e irrespetuoso de
principios vitales y consagrados para la convivencia pacífica y el
desarrollo de una verdadera y efectiva democracia. Ante las críticas
que se le expresan, reacciona pidiendo las cabezas de todos aquellos
que osan contrariarle y pisotea la constitución política de este
país que en su artículo 37 establece que “Toda persona puede
emitir libremente su pensamiento de palabra, por escrito o por
cualquier otro medio, sin sujeción a censura previa”. Por
supuesto, se impone aquí la pregunta del millón: ¿se habrá leído
alguna vez el mandamás de turno nuestra Carta Magna? ¿ O siquiera
algunos de los documentos que a nivel internacional consagran el
derecho de los ciudadanos a la libre expresión? Sospecho que no.
Porque entre tanto paseo y el agotador proceso de perseguir y acosar
a los que le adversan, no debe quedarle mucho tiempo para lecturas
inútiles.
Mas, entre tanta ceguera como la que le rodea no sería de
caballero negarle sus méritos y logros: Afina la puntería contra un
destacado presentador de noticias; sacó de un reconocido canal de
televisión a un brillante comentarista político. Pidió la cabeza
de otro también brillante y muy deportivo, pero que le fue negada. Y
recibió en bandeja de plata la de un veterano caricaturista del
patio – servidor de ustedes-. Y la lista irá creciendo en la misma
medida en que vayan creciendo el descontento y el hastío popular.
No andaba muy lejos de la verdad aquél recordado personaje de mi
tierra en cuanto a curas y profetas de barro. La libertad y el
derecho- decía en el parque donde ocupaba sus muchas horas ociosas-
no son más que un chicle cuando solo sirven para llenar la boca del
hipócrita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario