miércoles, 24 de agosto de 2016
sábado, 20 de agosto de 2016
Vícktor Frankenstein y la gran fiesta de la ampliación.
Y finalmente llegó
el día que esperábamos tan ansiosamente. El día que como un crisol
nos fundiría en un nuevo país capaz de grandes retos. Con una nueva
mentalidad y un nuevo carácter, necesarios ambos para afrontar las
grandes oportunidades que asoman en el futuro cercano.
Aún no amagaba el
sol con romper las penumbras de la madrugada cuando ya decenas de
ciudadanos ilusionados marchaban al punto donde se reunirían las
muchedumbres esperanzadas con la nave privilegiada y la historia.
Todos serían testigos. Todos soñando que a partir de ahí, el país
comienza el nuevo rumbo hacia la prosperidad y hacia las cumbres de
los nuevos tiempos.
Nadie reparó en el
fantasma de un personaje atemorizante que agazapado entre los
pliegues del calor y la indiferencia, esperaba el momento para
restaurar su imperio. Pacientemente, con un saco abultado por las
piezas precisas para rearmar al monstruo, para insuflarle nueva vida.
Sin llamar la atención de los presentes, o, más bien, invisible
para la muchedumbre, deambulaba Vícktor Frankenstein, con su
diabólica sonrisa estampada en el rostro. Seguro de volver a
reanimar a su monstruo, que, en pocas horas dejaría de respirar a
bocanadas trémulas para palpitar vigorosamente, para levantarse de
la mesa del nuevo laboratorio y caminar seguro y confiado dentro de
los confines de su nuevo reino.
El sol era ya el
rey de la bóveda celeste. El cenit estaba conquistado por su
grandeza y resplandor inmortal. Las muchedumbres felices porque
atestiguaban un hecho que marcaría el antes y después de la
república. Finalmente el simbolismo de nuestro escudo nacional se
haría realidad: la cornucopia de la abundancia y la rueda del
progreso serían monedas de uso común en la mente y el corazón de
cada panameño presente...por lo menos eso creyeron hasta que llegó
el momento de alimentar el cuerpo. Porque satisfecho el espíritu con
la ambrosía y los néctares de la esperanza y la ilusión, no se
podía descuidar alimentar al cuerpo. Para recuperar las energías y
seguir atestiguando la historia. Para recuperar las fuerzas y no
ceder a la desesperanza a la que nos vemos rendidos ciertos
incrédulos ante los espectáculos de nuestra farándula
gubernamental.
Cada ciudadano,
común y corriente, recibió para recomponerse una pequeña bolsa de
papitas y un hot dog envuelto en papel de aluminio, mientras el
monstruo, recostado en la mesa del nuevo laboratorio, desencajaba su
rostro en un esfuerzo descomunal por aspirar una gigantesca bocanada
de aire y volver a la vida.
El Silver Roll está
vivo otra vez. El grupo no perteneciente a la casta privilegiada de
esta zona del país. Aquellos que ganando entonces entre 5 y 25
centésimos, con suerte sumaban unos 75 dólares mensuales mientras
los de la otra orilla se embolsaban hasta 600 machacantes.
Mientras los Gold
Roll habitaban casas de ensueño en barrios espectaculares, con
clubes, campos de béisbol, salas de lecturas y muchas otras
comodidades; los Silver Roll eran alojados en barracas insalubres y,
en el caso de ser solteros, en casas de campaña cercanas a sus
puestos de trabajo.
El monstruo
respira profundamente, mientras en el Gold Roll burbujea la
celebración, acompañada de mousse de maíz nuevo, caviar de ají
chombo, colitas de langostinos de San Blas aderezadas con emulsiones
tibias de hierbas aromáticas. Todas esas exquisiteces seguidas por
arañitas de plátano, arroz con coco cremoso y corvina fresca del
Pacífico. Sin olvidar los lingotes de chocolate bocatoreño, el
merengue gratinado, el flan, las trufas y los granos de café del
postre.
La criatura del
siniestro Vícktor Frankenstein se incorporó finalmente. Y abandonó
la mesa del laboratorio para tomar posesión de su nuevo reino. Pasa
de largo mientras uno de los últimos asistentes a la inauguración
mastica pausadamente el hot dog que en buena lid le ha tocado. Mira,
el obrero, por centésima vez el sitio por el que pasó la gigantesca
nave y se resigna a volver a su mundo de siempre, marcado por las
limitaciones de infraestructuras, educativas y de salud. ¡De
seguridad ni hablar!
Buenas tardes,
Frankenstein...
Honor a quien honor merece.
Hoy viernes 1 de
julio se da inicio a una nueva legislatura de nuestra Asamblea
Nacional. Y se cumplen los dos primeros años de esta gestión
gubernamental.
Profundamente
emocionado por el discurso presidencial, en este momento dudo de mis
propias dudas respecto al equipo que dirige la nave del estado. Tal
vez no tengamos al mejor de los presidentes posibles; incluso me
atrevería a creer que es el peor de los que ha sufrido el país post
invasión, pero, ¡compatriotas todos!, quien le escribe los
discursos es una verdadera eminencia: una mente portentosa cuyo
derroche de fantasía e imaginación compensa con creces la
incompetencia y el retroceso en el que han sumergido a la nación en
estos últimos 24 meses.
Inspirado por ese
discurso digno de Peter Pan, como un acto de justicia, hago el
recuento de los logros y éxitos con los que esta administración ha
impactado a la opinión popular:
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Hasta aquí la exhaustiva lista. Y pido mil perdones si se ha quedado en el tintero alguno de los triunfos del Excelentísimo Señor Presidente y de su maravillosa gestión.
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Hasta aquí la exhaustiva lista. Y pido mil perdones si se ha quedado en el tintero alguno de los triunfos del Excelentísimo Señor Presidente y de su maravillosa gestión.
Colecciones de ayer y hoy
Entre tantos programas ociosos que nos brindan los servicios de
televisión por cable, miraba hace días uno donde se le daba un
ligero vistazo a esa impenitente manía que tenemos los seres humanos
de acumular las cosas más inverosímiles que se puedan imaginar.
Especímenes humanos dedicados a recoger los chécheres que otros
desechan por inútiles y con los cuales llenan el más mínimo
espacio a su alrededor en un intento de apaciguar ancestrales miedos
al vacío o, en su defecto, a la soledad.
En
medio de tanta absurda manía recolectora, vino a golpear mis
neuronas el recuerdo de mi infancia allá a mediados de los años
setentas, cuando impulsado por no sé qué repentina inspiración me
dediqué a coleccionar sellos de correos.
Aún recuerdo la mirada burlona de mis hermanos.
-
Otra vez con una nueva locura- clamaban a nuestros padres ya
incomodados por tantos cuadernos de dibujos y pasquines tirados por
cada rincón de la casa- ¿ Nunca han considerado mandarle examinar
la chaveta a éste?
Pero, terco como ya amenazaba ser, ni las burlas de mis parientes ni
la dificultad de conseguir sellos que no fueran los pocos que pudiera
obtener en la oficina de correos local, me disuadieron de mi nueva
afición: la filatelia.
Durante algunos años me las ingenié para reunir una considerable
cantidad de sellos postales provenientes de la más variada geografía
internacional. Y cada día emprendía el esfuerzo soñando con
encontrarme accidentalmente un ejemplar del valioso penique negro,
originario del Reino Unido y creado en 1840 por Sir Rowland Hill; o
ansiaba encontrarme con el famosísimo Z-Grill, considerado el sello
más famoso de Estados Unidos por sus detalles, su rareza y los
cientos de miles que, para entonces, era su valor conocido.
Afortunadamente para mis padres y hermanos, el reloj siguió su curso
y con el tiempo acumulado llegó la adolescencia y otros intereses se
presentaron y borraron la curiosidad por tan pequeñas cuadrículas
de papel impreso. El siempre bien recordado Jardín La Tablita se
convirtió en mi templo de fin de semana y el escándalo de la música
y las luces ocuparon el lugar que antes ocuparon los sellos. Había
llegado la época de coleccionar eventos, los fines de semana, para
descansar un poco del trajín del colegio.
El
otro coleccionismo pasó a ser historia. Recuerdos bien atesorados de
una etapa donde no olvido haber tenido noticias de manías
acumulativas de las más distintas especies: loncheras, figuras de
superhéroes, pasquines, encendedores, bolígrafos, pequeños autos
Hot Wheels, calcomanías… Todo lo que se preste para ser acumulado.
Unos por el simple placer de amontonar y tener. Otros, con la
esperanza de un dia cualquiera percatarse que su colección es un
tesoro y que hay alguien brillante dispuesto a dar una pequeña
fortuna a cambio de tanto cachivache.
Pero, ¿ a qué viene tanto cuento?
Pues, que entre una historia y otra del programa mencionado, entre un
acumulador y otro de las cosas más inesperadas y absurdas, me vino a
la memoria el inquilino actual de nuestro Palacio de las Garzas. Ese,
es hoy dia, nuestro Primer Gran Coleccionista. Ejemplar supremo y
santo patrono del coleccionismo nacional. Gurú eminente de todo
aquél nacional que no se resista a la tentación de acumular
cualquier cosa, por absurda que parezca.
Porque para nadie pasa desapercibido que nuestro Primer Ciudadano,
desde aquellos malhadados días de campaña inició la más notoria
colección de eslóganes de los que tenemos memoria. La más
enjundiosa colección que jamás nos regalara la publicidad política
criolla.
¡El
pueblo primero! El más notorio de todos... 100 por ciento agua.
Barrios seguros. Sanidad básica. Cero letrinas. Techos de
esperanzas. Más dinero en tus bolsillos ( 58 dólares más, según
los pinochos oficialistas) Más empleos. Más seguridad. Más
transparencia. Más inversión. Y por ahí sigue la lista, porque aún
no se agota…Que la imaginación de nuestro Primer Ciudadano es muy
creativa en cuanto a frases pegajosas.
Lástima que sólo lo sea en ese apartado, porque en el de la
realidad la historia es otra. En la realidad el pueblo común y
corriente vive cada día en medio de una violencia descontrolada, con
un servicio de transporte abusivo, desempleo creciente y , entre
otras cosas más, una canasta básica inalcanzable para el bolsillo
común.
Pero, eso si, todo ello abonado por un optimismo invencible desde
palacio. Porque desde allá, a diario, nos bombardean con una
metralla notable de puros eslóganes, con los cuales se maquilla una
realidad de fracasos rotundos y evidentes. Puras frases bonitas. De
eso, de ninguna otra cosa, se compone la colección de nuestro hoy
Primer Gran Coleccionista.
Gobierno de compinches.
Esa encuesta que anda por ahi, que dizque sitúa a nuestro presidente
en la quinta posición de los mandatarios centroamericanos peor
evaluados, debe ser una campaña montada por una sarta de envidiosos.
De los enemigos acérrimos de la igualdad de oportunidades. ¡Si,
Como lo leyó! De esos grupejos pretenciosos que se oponen a la
igualdad de oportunidades. Porque si algo ha demostrado esta
administración es una apertura total a que gente sin la menor idea
de lo que hace, ocupe los puestos de mayor autoridad – y mayores
salarios-. Ya no hace falta ser brillante- qué digo brillante-; ya
no hace falta ser medianamente inteligente para ocupar los cargos de
mayor envergadura y mayores salarios. Y eso es un logro político y
democrático: cualquier mediocre ocupando puesto de mando y
jurisdicción desde el cual, además, se decide el futuro de la
nación.
La idea y el propósito ahora no es jactarse de logros, ni siquiera
llevar a cabo aquellas tantas promesas de campaña- ¿Para qué si ya
estamos montados en la silla?-. El objetivo es contentar a la sarta
de compinches que apoyaron en campaña al actual inquilino del
palacio. Contentarlos y mantenerlos lucrando: que eso es lo
verdaderamente importante. Lo demás era una simple colección de
eslóganes para endulzarle el oído a los incautos votantes.
Esa es la razón fundamental porque el mandatario no tome acciones
radicales ante los errores y escándalos en los que “muy de vez en
cuando” incurren sus altos colaboradores.
¿Por qué una de sus viceministras tiene que pagar por los deslices
en los que se ve envuelta su mascota? Porque fue a la mascota a la
que vieron paseando con el escolta, no a la vice. A esa misma mascota
que en nada ayudó en campaña, muy al contrario de su dueña, que
dio sus mejores y más proselitistas esfuerzos antes de las pasadas
elecciones.
¿Por qué va a exigir la cabeza de uno de sus ministros por el
simple hecho de nombrar en un puesto de importancia a uno de sus
sobrinos? ¿Desde cuándo el amor a la familia pasó a ser tan
terrible pecado? ¡Santos nexos familiares! Pelemos el ojo porque
como pueblo estamos cayendo en unos niveles alarmantes de
insensibilidad a los valores que adornan a la familia.
En
estos momentos estamos al inicio de uno de los períodos
presidenciales que escribirá paginas de oro en los anales de la
democracia local, y aún la mundial. Un período presidencial donde
no se exige un cerebro deslumbrante para escalar a las posiciones
predominantes del estado, ni siquiera se exige que el personaje que
escala posea una inteligencia promedio. Sólo se requiere, además de
los nexos comerciales, una amistad a toda prueba. Un sometimiento a
palacio sin dudas ni fisuras. Y aquél que demuestre poseer estas
cualidades sobrevivirá en su puesto muy por encima del clamor y el
descontento populares.
Porque afortunadamente para nosotros el jefe de las garzas es de una
lealtad envidiable. Una lealtad que esta muy por encima de sus
promesas al electorado en cuanto a honestidad y transparencia. Aunque
esa lealtad la confunde la masa con falta de carácter. Y aún osan
acusarle, injustamente, de blandengue: de patrocinador de
sinverguenzuras. ¡ Pueblo malagradecido!
¡Aló, Presidente!
Definitivamente
este es un país que marca el rumbo de las democracias modernas: un
faro que señala el camino a seguir por los países libres en un
mundo convulso y hundido en las nieblas de la incertidumbre.
En medio de la
demolición de la otrora celebérrima barraca bautizada, en mejores
tiempos, con el nombre de la aún más famosa marca de llantas,
nuestro Primer Ciudadano advirtió:
-
El
pandillero que toque esta barraca o venga a intimidarla, crea que va
a
venir
la misma escolta presidencial a poner orden.
Y
a renglón seguido prometió dar el número de su celular personal a
una de las presentes, para que en caso de oídos sordos por los
fascinerosos del entorno, le llame directamente a cambio de enviar a
sus guardaespaldas
para imponer el orden perdido – y de paso dejar constancia que no
amenaza en vano-.
Mejor
aún que en Ciudad Gótica, donde la democracia no revela tales
alcances, pues la línea directa – el batifono- sólo conecta al
inspector de la policía con el muerciélago vigilante y protector.
Igual
que la batiseñal…
Aquí,
en nuestra pequeña nación, a partir del momento de las
declaraciones, llevaremos el desarrollo de la democracia y la
participación popular a unos niveles que ya nos envidiaría el
mismísimo Abraham Lincoln, el
presidente norteamericano que habló del “gobierno del pueblo, por
el pueblo, y para el pueblo”. Pero,
que lamentablemente se quedó en puro bla bla blá, como es la
costumbre en las castas políticas del resto del mundo, no así en la
nuestra, la criolla, que ya comienza a dar pruebas consistentes de
avances y un desarrollo envidiable. Y sobre todo, de palabra
cumplida.
A
partir de ahora, cualquier ciudadano tendrá al alcance de una
llamada o de un chat, al Ciudadano Mayor del país.
-
¡Aló, señor presidente! ¡Venga
rápido, por favor, que hay unos malandros en la calle de enfrente
robándole la bolsa del super a una ancianita!
-¡Aló,
señor, presidente! ¡Apresúrese, por Dios, que me roban el auto!
-¡Aló,
señor presidente! ¡Necesito que se presente de inmediato que aquí
hay un “no voy” que se niega a llevarme en su taxi!
-¡Aló,
señor presidente!…
-¡Aló,
señor presidente!…
-¡Aló,
señor presidente!…
¡Qué
envidia los panameños!, será el suspiro reinante en latitudes fuera
de nuestro territorio.
¿Por
qué nuestros presidentes no son como el que tienen en Panamá?, se
quejarán los votantes del resto de la bolita del mundo amén.
-¿
Y quién te asegura que no resultará igual que las otras líneas
disponibles para dizque resolvernos problemas ciudadanos?- escupió
el inconforme de mi vecino y campeón del pesimismo nacional.
En
este país lo que sobran son las líneas para llamar y quejarse,
siguió destacando, pero lo que falta es gente dispuesta a responder
y resolver de inmediato. Llamas para denunciar una rotura de tubería
por la cual se pierden cientos y cientos de galones de agua potable y
pasan meses y aún años antes de que alguien se digne presentarse a
resolver. Te percatas de movimientos raros en la casa del vecino que
anda de viaje con su familia y vas y marcas el número de “Proteger
y servir” y
amaneces asomado y angustiado junto a tu ventana solo para enterarte
que los cachivaches de la familia viajera fueron mudados en un camión
que esperaba junto al muro trasero de la casa. ¿Y los guardianes del
orden? Me los saludas si alguna vez se dignan acudir al llamado.
Y
ni qué decir con el resto de las líneas a disposición de la
ciudadanía, incluídas la de la institución de salud de los
trabajadores nacionales, que es el monumento supremo a la burocracia
presente y futura.
-
Despierte, vecino, ya está
muy grandecito para pecar de ingenuo. Ninguna línea telefónica
resuelve los problemas de la gente, porque los funcionarios a los que
se dirigen los gritos de auxilio andan en otras vainas. ¡ Esos están
ahí únicamente para cobrar sus salarios, no para servir a quienes
se los pagamos!...Y
eso incluye al Funcionario Número Uno.
Libertad bajo fuego...¡ Y en seco!
Decía un olvidado personaje de mi terruño que no es aquél que
más alto despotrica de paraísos y virtudes, el que resulta ser el
mejor cura para el pueblo. Sabiduría popular que viene a cuento
ahora que la brújula de Palacio y de algunas de sus sucursales
apunta hacia un lado y se actúa en dirección contraria.
Porque el nuevo monarca que ocupa el trono ha resultado de piel
sensible: pero no para las necesidades y urgencias del pueblo al que
atarugó de falsas promesas, sino extremadamente sensible ante las
críticas de aquellos que no comulgan con sus fantasías y desvaríos.
Contra periodistas, comentaristas y caricaturistas que a diario
manifiestan lo que le resulta evidente a un pueblo hastiado: que el
actual inquilino de palacio no es el Moisés que partirá las aguas
del mar Rojo y nos guiará a la tierra de nuestros sueños. Nuestro
profeta de barro carece de las aristas necesarias para alimentar el
sueño de un verdadero y profundo cambio nacional.
Escribo ésto y, ante tal descripción, por aquellas desconocidas
y traicioneras asociaciones neuronales, me viene a la memoria el
personaje de una divertidísima telenovela colombiana que estuvo en
cartelera hace algunos años. El inútil, creo que se
titulaba; y su vida, como la de nuestro personaje de marras, giraba
sólo en torno a los paseos y a la incompetencia. Un personaje sin
trascendencia, que entre una promesa y otra, derrochaba su vida entre
tragos y bailes improductivos. Una rémora que vivía de las
ilusiones de los demás, concentrado solo en sus intereses e incapaz
de construir nada que reportara beneficios a alguien ajeno a sus
propios bolsillos.
Pero, como decía mi recordada abuela, las desgracias viajan
acompañadas. Y como si la incompetencia no fuera suficiente, el
aprendiz de sátrapa se manifiesta intolerante e irrespetuoso de
principios vitales y consagrados para la convivencia pacífica y el
desarrollo de una verdadera y efectiva democracia. Ante las críticas
que se le expresan, reacciona pidiendo las cabezas de todos aquellos
que osan contrariarle y pisotea la constitución política de este
país que en su artículo 37 establece que “Toda persona puede
emitir libremente su pensamiento de palabra, por escrito o por
cualquier otro medio, sin sujeción a censura previa”. Por
supuesto, se impone aquí la pregunta del millón: ¿se habrá leído
alguna vez el mandamás de turno nuestra Carta Magna? ¿ O siquiera
algunos de los documentos que a nivel internacional consagran el
derecho de los ciudadanos a la libre expresión? Sospecho que no.
Porque entre tanto paseo y el agotador proceso de perseguir y acosar
a los que le adversan, no debe quedarle mucho tiempo para lecturas
inútiles.
Mas, entre tanta ceguera como la que le rodea no sería de
caballero negarle sus méritos y logros: Afina la puntería contra un
destacado presentador de noticias; sacó de un reconocido canal de
televisión a un brillante comentarista político. Pidió la cabeza
de otro también brillante y muy deportivo, pero que le fue negada. Y
recibió en bandeja de plata la de un veterano caricaturista del
patio – servidor de ustedes-. Y la lista irá creciendo en la misma
medida en que vayan creciendo el descontento y el hastío popular.
No andaba muy lejos de la verdad aquél recordado personaje de mi
tierra en cuanto a curas y profetas de barro. La libertad y el
derecho- decía en el parque donde ocupaba sus muchas horas ociosas-
no son más que un chicle cuando solo sirven para llenar la boca del
hipócrita.
¡Vade retro!
Entre la bruma de los años y las neuronas debilitadas por la edad,
recuerdo que a los tres o cuatro años ya era fanático de los cómics
o pasquines, que en el lenguaje vernacular de mi terruño llamábamos
simplemente “paquínes”.
Aún sin saber leer consumía esas historias por la sola magia de los
estupendos dibujos que arrancándome de la realidad circundante de
mis pocos años me llevaban a Ciudad Gótica, donde un murciélago
oscuro y millonario castigaba a los criminales que osaban irrumpir en
su territorio. O me transportaba a la afortunada Metrópolis,
protegida por un poderoso extraterrestre venido de un lejano y
desaparecido planeta. Muchas otras de esas magnificas imágenes me
hacían recorrer los pasillos elegantes del refugio de un misterioso
ladrón francés, Fantomas, que entre un grupo de colaboradoras
llamadas con los signos del zodíaco, hacía gala de un valor y una
inteligencia temerarias, salpicadas de citas literarias y referencias
a la cultura y el arte universales. Esta última historieta terminó
por despertar mi curiosidad y llevarme al placer de los libros. Y con
los años, todo ese cúmulo de paquines acumulados en la memoria
terminarían por llevarme a la que ha sido mi profesión durante las
tres últimas décadas y que, parodiando a nuestro recordado García
Márquez, me hace declarar que es “el mejor oficio del mundo”: el
de caricaturista.
Mi
nombre es Julio Enrique Briceño. Y soy de un pequeño pueblo ubicado
en el centro de Panamá. Llegué a la capital del país, llamada
también Panamá, a principios de 1987, y de inmediato comencé a
publicar mis caricaturas en el desaparecido diario Extra y en el
afamado periódico La Prensa. Publicaba en ambos en condición de
freelance, al igual que en el semanario Quiubo, perteneciente al
legendario periodista y caricaturista Alfredo “Wilfi” Jiménez,
creador de las satíricas Garzas y a quien considero mi maestro en
los menesteres de ambos oficios: el de caricaturista y el de
periodista. Porque animado por su ejemplo fui a la Universidad de
Panamá y estudié formalmente la carrera de periodismo.
En
mayo de 1987 entro a la plantilla laboral del diario La Prensa, con
todos los derechos que dicta la ley nacional al respecto. El país
estaba entonces bajo la implacable férula de una dictadura comandada
por el siniestro Manuel Antonio Noriega y sus secuaces, que pasaron a
convertirse en el objetivo de nuestros dardos satíricos.
Un
pequeño grupo de caricaturistas, desde las páginas de este diario,
denunciamos todos los desmanes y jugarretas del régimen. Entre
burlas y una osadía impulsadas tal vez, en mi caso, por el idealismo
y la inexperiencia de los pocos años, caricaturizamos hasta los
sospechosos nexos del tirano con las figuras del narcotráfico
destacadas en ese momento. Y extrañamente, el sátrapa de turno
cerró en repetidas ocasiones los medios que le adversaban, pero
jamas atentó directamente contra los caricaturistas que hacían las
delicias del lector con sus burlas y plumazos.
Cayó la tiranía en diciembre de 1989 y se reinstauró la
“democracia” en el país. En el período comprendido entre 1990 y
2014, elegidos por el voto popular, cinco presidentes ocuparon
nuestra casa presidencial llamada “El palacio de las garzas”.
Cinco presidentes que, junto a su corte de ministros y funcionarios,
alimentaron opíparamente la imaginación y el trabajo de los
caricaturistas que insistimos en nuestras denuncias y sátiras. En
ese período de tiempo, un presidente en funciones demandó a un
caricaturista, y años después, un expresidente y un
exvicepresidente cometieron la misma imprudencia. Pero, como decimos
en mi país, sin que la sangre llegara al río.
Tuvo que llegar el proceso electoral del 2014 para que esta historia
cambiara. Un pueblo hastiado se vió abocado a elegir nuevo
presidente entre algunas opciones lamentables. Sin otra alternativa,
se decantó por elegir la que pensaba era “la menos peor”. Y
llevó al poder de palacio al vicepresidente del período anterior.
El que, en apariencia, hizo las mejores promesas y endulzó más
efectivamente los oídos de la masa votante. Y, ¡sorpresa!,
nuevamente nos equivocamos…
Luego de diecinueve meses de ocupar la silla presidencial y de
hacerle compañía a las garzas del palacio, nuestro primer
ciudadanoy sexto presidente de la era “democrática” ha repetido
los mismos escándalos que adornan nuestra ya larga historia patria
– corrupción, nepotismo, viajes frecuentes e
improductivos,promesas incumplidas, incompetencia…etc, etc-.
Pero, como si no bastaran los antes señalados, a ellos se suman
ahora el acoso intenso a quienes le adversan, sobre todo a los
periodistas que no celebramos sus chistes ni su mala gestión. Para
muestra varios botones: un brillante comentarista político fue
sacado sin explicaciones convincentes del canal donde examinaba la
realidad política y manifestaba sus ácidas y certeras opiniones. En
el mismo canal, un presentador de televisión que le critica
acremente vive bajo el fuego de una intensa y anónima campaña de
desprestigio. Y, tras una serie de caricaturas en las que denunciaba
la influencia de sus alcohólicos negocios sobre sus decisiones
presidenciales, después de casi 30 años, el periódico me anuncia
el 2 de febrero mi destitución laboral, maquillada bajo la figura de
acuerdo mutuo.
Después de meses de sospechas y acusaciones de suavizar la línea
editorial y manifestar un creciente tufo oficialista, no hay que ser
un genio para sumar uno más uno…
De
cuando en cuando los noticieros televisivos presentan las imágenes
del hoy convicto ex general Noriega. Un tipo viejo y achacoso, en
silla de ruedas, que con la mirada perdida pero aún teñida de
misterios y secretos, pasa los dias encerrados entre cuatro paredes,
cumpliendo una condena ganada a pulso con sus crímenes y desmanes.
Cuándo se le habría ocurrido pensar que veintiseis años más
tarde, uno de los presidentes elegido democráticamente, le haría
fuerte competencia para destronarle o acompañarle en el salón de la
fama de los sátrapas nacionales.
¡Ni un paso atrás!
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