sábado, 20 de agosto de 2016

Vícktor Frankenstein y la gran fiesta de la ampliación.

 Y finalmente llegó el día que esperábamos tan ansiosamente. El día que como un crisol nos fundiría en un nuevo país capaz de grandes retos. Con una nueva mentalidad y un nuevo carácter, necesarios ambos para afrontar las grandes oportunidades que asoman en el futuro cercano.
Aún no amagaba el sol con romper las penumbras de la madrugada cuando ya decenas de ciudadanos ilusionados marchaban al punto donde se reunirían las muchedumbres esperanzadas con la nave privilegiada y la historia. Todos serían testigos. Todos soñando que a partir de ahí, el país comienza el nuevo rumbo hacia la prosperidad y hacia las cumbres de los nuevos tiempos.
Nadie reparó en el fantasma de un personaje atemorizante que agazapado entre los pliegues del calor y la indiferencia, esperaba el momento para restaurar su imperio. Pacientemente, con un saco abultado por las piezas precisas para rearmar al monstruo, para insuflarle nueva vida. Sin llamar la atención de los presentes, o, más bien, invisible para la muchedumbre, deambulaba Vícktor Frankenstein, con su diabólica sonrisa estampada en el rostro. Seguro de volver a reanimar a su monstruo, que, en pocas horas dejaría de respirar a bocanadas trémulas para palpitar vigorosamente, para levantarse de la mesa del nuevo laboratorio y caminar seguro y confiado dentro de los confines de su nuevo reino.
El sol era ya el rey de la bóveda celeste. El cenit estaba conquistado por su grandeza y resplandor inmortal. Las muchedumbres felices porque atestiguaban un hecho que marcaría el antes y después de la república. Finalmente el simbolismo de nuestro escudo nacional se haría realidad: la cornucopia de la abundancia y la rueda del progreso serían monedas de uso común en la mente y el corazón de cada panameño presente...por lo menos eso creyeron hasta que llegó el momento de alimentar el cuerpo. Porque satisfecho el espíritu con la ambrosía y los néctares de la esperanza y la ilusión, no se podía descuidar alimentar al cuerpo. Para recuperar las energías y seguir atestiguando la historia. Para recuperar las fuerzas y no ceder a la desesperanza a la que nos vemos rendidos ciertos incrédulos ante los espectáculos de nuestra farándula gubernamental.
Cada ciudadano, común y corriente, recibió para recomponerse una pequeña bolsa de papitas y un hot dog envuelto en papel de aluminio, mientras el monstruo, recostado en la mesa del nuevo laboratorio, desencajaba su rostro en un esfuerzo descomunal por aspirar una gigantesca bocanada de aire y volver a la vida.
El Silver Roll está vivo otra vez. El grupo no perteneciente a la casta privilegiada de esta zona del país. Aquellos que ganando entonces entre 5 y 25 centésimos, con suerte sumaban unos 75 dólares mensuales mientras los de la otra orilla se embolsaban hasta 600 machacantes.
Mientras los Gold Roll habitaban casas de ensueño en barrios espectaculares, con clubes, campos de béisbol, salas de lecturas y muchas otras comodidades; los Silver Roll eran alojados en barracas insalubres y, en el caso de ser solteros, en casas de campaña cercanas a sus puestos de trabajo.
El monstruo respira profundamente, mientras en el Gold Roll burbujea la celebración, acompañada de mousse de maíz nuevo, caviar de ají chombo, colitas de langostinos de San Blas aderezadas con emulsiones tibias de hierbas aromáticas. Todas esas exquisiteces seguidas por arañitas de plátano, arroz con coco cremoso y corvina fresca del Pacífico. Sin olvidar los lingotes de chocolate bocatoreño, el merengue gratinado, el flan, las trufas y los granos de café del postre.
La criatura del siniestro Vícktor Frankenstein se incorporó finalmente. Y abandonó la mesa del laboratorio para tomar posesión de su nuevo reino. Pasa de largo mientras uno de los últimos asistentes a la inauguración mastica pausadamente el hot dog que en buena lid le ha tocado. Mira, el obrero, por centésima vez el sitio por el que pasó la gigantesca nave y se resigna a volver a su mundo de siempre, marcado por las limitaciones de infraestructuras, educativas y de salud. ¡De seguridad ni hablar!

Buenas tardes, Frankenstein...

Honor a quien honor merece.

  Hoy viernes 1 de julio se da inicio a una nueva legislatura de nuestra Asamblea Nacional. Y se cumplen los dos primeros años de esta gestión gubernamental.
Profundamente emocionado por el discurso presidencial, en este momento dudo de mis propias dudas respecto al equipo que dirige la nave del estado. Tal vez no tengamos al mejor de los presidentes posibles; incluso me atrevería a creer que es el peor de los que ha sufrido el país post invasión, pero, ¡compatriotas todos!, quien le escribe los discursos es una verdadera eminencia: una mente portentosa cuyo derroche de fantasía e imaginación compensa con creces la incompetencia y el retroceso en el que han sumergido a la nación en estos últimos 24 meses.
Inspirado por ese discurso digno de Peter Pan, como un acto de justicia, hago el recuento de los logros y éxitos con los que esta administración ha impactado a la opinión popular:
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Hasta aquí la exhaustiva lista. Y pido mil perdones si se ha quedado en el tintero alguno de los triunfos del Excelentísimo Señor Presidente y de su maravillosa gestión.

Colecciones de ayer y hoy

  Entre tantos programas ociosos que nos brindan los servicios de televisión por cable, miraba hace días uno donde se le daba un ligero vistazo a esa impenitente manía que tenemos los seres humanos de acumular las cosas más inverosímiles que se puedan imaginar.
Especímenes humanos dedicados a recoger los chécheres que otros desechan por inútiles y con los cuales llenan el más mínimo espacio a su alrededor en un intento de apaciguar ancestrales miedos al vacío o, en su defecto, a la soledad.
En medio de tanta absurda manía recolectora, vino a golpear mis neuronas el recuerdo de mi infancia allá a mediados de los años setentas, cuando impulsado por no sé qué repentina inspiración me dediqué a coleccionar sellos de correos.
Aún recuerdo la mirada burlona de mis hermanos.
- Otra vez con una nueva locura- clamaban a nuestros padres ya incomodados por tantos cuadernos de dibujos y pasquines tirados por cada rincón de la casa- ¿ Nunca han considerado mandarle examinar la chaveta a éste?
Pero, terco como ya amenazaba ser, ni las burlas de mis parientes ni la dificultad de conseguir sellos que no fueran los pocos que pudiera obtener en la oficina de correos local, me disuadieron de mi nueva afición: la filatelia.
Durante algunos años me las ingenié para reunir una considerable cantidad de sellos postales provenientes de la más variada geografía internacional. Y cada día emprendía el esfuerzo soñando con encontrarme accidentalmente un ejemplar del valioso penique negro, originario del Reino Unido y creado en 1840 por Sir Rowland Hill; o ansiaba encontrarme con el famosísimo Z-Grill, considerado el sello más famoso de Estados Unidos por sus detalles, su rareza y los cientos de miles que, para entonces, era su valor conocido.
Afortunadamente para mis padres y hermanos, el reloj siguió su curso y con el tiempo acumulado llegó la adolescencia y otros intereses se presentaron y borraron la curiosidad por tan pequeñas cuadrículas de papel impreso. El siempre bien recordado Jardín La Tablita se convirtió en mi templo de fin de semana y el escándalo de la música y las luces ocuparon el lugar que antes ocuparon los sellos. Había llegado la época de coleccionar eventos, los fines de semana, para descansar un poco del trajín del colegio.
El otro coleccionismo pasó a ser historia. Recuerdos bien atesorados de una etapa donde no olvido haber tenido noticias de manías acumulativas de las más distintas especies: loncheras, figuras de superhéroes, pasquines, encendedores, bolígrafos, pequeños autos Hot Wheels, calcomanías… Todo lo que se preste para ser acumulado. Unos por el simple placer de amontonar y tener. Otros, con la esperanza de un dia cualquiera percatarse que su colección es un tesoro y que hay alguien brillante dispuesto a dar una pequeña fortuna a cambio de tanto cachivache.
Pero, ¿ a qué viene tanto cuento?
Pues, que entre una historia y otra del programa mencionado, entre un acumulador y otro de las cosas más inesperadas y absurdas, me vino a la memoria el inquilino actual de nuestro Palacio de las Garzas. Ese, es hoy dia, nuestro Primer Gran Coleccionista. Ejemplar supremo y santo patrono del coleccionismo nacional. Gurú eminente de todo aquél nacional que no se resista a la tentación de acumular cualquier cosa, por absurda que parezca.
Porque para nadie pasa desapercibido que nuestro Primer Ciudadano, desde aquellos malhadados días de campaña inició la más notoria colección de eslóganes de los que tenemos memoria. La más enjundiosa colección que jamás nos regalara la publicidad política criolla.
¡El pueblo primero! El más notorio de todos... 100 por ciento agua. Barrios seguros. Sanidad básica. Cero letrinas. Techos de esperanzas. Más dinero en tus bolsillos ( 58 dólares más, según los pinochos oficialistas) Más empleos. Más seguridad. Más transparencia. Más inversión. Y por ahí sigue la lista, porque aún no se agota…Que la imaginación de nuestro Primer Ciudadano es muy creativa en cuanto a frases pegajosas.
Lástima que sólo lo sea en ese apartado, porque en el de la realidad la historia es otra. En la realidad el pueblo común y corriente vive cada día en medio de una violencia descontrolada, con un servicio de transporte abusivo, desempleo creciente y , entre otras cosas más, una canasta básica inalcanzable para el bolsillo común.

Pero, eso si, todo ello abonado por un optimismo invencible desde palacio. Porque desde allá, a diario, nos bombardean con una metralla notable de puros eslóganes, con los cuales se maquilla una realidad de fracasos rotundos y evidentes. Puras frases bonitas. De eso, de ninguna otra cosa, se compone la colección de nuestro hoy Primer Gran Coleccionista.

Gobierno de compinches.

   Esa encuesta que anda por ahi, que dizque sitúa a nuestro presidente en la quinta posición de los mandatarios centroamericanos peor evaluados, debe ser una campaña montada por una sarta de envidiosos. De los enemigos acérrimos de la igualdad de oportunidades. ¡Si, Como lo leyó! De esos grupejos pretenciosos que se oponen a la igualdad de oportunidades. Porque si algo ha demostrado esta administración es una apertura total a que gente sin la menor idea de lo que hace, ocupe los puestos de mayor autoridad – y mayores salarios-. Ya no hace falta ser brillante- qué digo brillante-; ya no hace falta ser medianamente inteligente para ocupar los cargos de mayor envergadura y mayores salarios. Y eso es un logro político y democrático: cualquier mediocre ocupando puesto de mando y jurisdicción desde el cual, además, se decide el futuro de la nación.
La idea y el propósito ahora no es jactarse de logros, ni siquiera llevar a cabo aquellas tantas promesas de campaña- ¿Para qué si ya estamos montados en la silla?-. El objetivo es contentar a la sarta de compinches que apoyaron en campaña al actual inquilino del palacio. Contentarlos y mantenerlos lucrando: que eso es lo verdaderamente importante. Lo demás era una simple colección de eslóganes para endulzarle el oído a los incautos votantes.
Esa es la razón fundamental porque el mandatario no tome acciones radicales ante los errores y escándalos en los que “muy de vez en cuando” incurren sus altos colaboradores.
¿Por qué una de sus viceministras tiene que pagar por los deslices en los que se ve envuelta su mascota? Porque fue a la mascota a la que vieron paseando con el escolta, no a la vice. A esa misma mascota que en nada ayudó en campaña, muy al contrario de su dueña, que dio sus mejores y más proselitistas esfuerzos antes de las pasadas elecciones.
¿Por qué va a exigir la cabeza de uno de sus ministros por el simple hecho de nombrar en un puesto de importancia a uno de sus sobrinos? ¿Desde cuándo el amor a la familia pasó a ser tan terrible pecado? ¡Santos nexos familiares! Pelemos el ojo porque como pueblo estamos cayendo en unos niveles alarmantes de insensibilidad a los valores que adornan a la familia.
En estos momentos estamos al inicio de uno de los períodos presidenciales que escribirá paginas de oro en los anales de la democracia local, y aún la mundial. Un período presidencial donde no se exige un cerebro deslumbrante para escalar a las posiciones predominantes del estado, ni siquiera se exige que el personaje que escala posea una inteligencia promedio. Sólo se requiere, además de los nexos comerciales, una amistad a toda prueba. Un sometimiento a palacio sin dudas ni fisuras. Y aquél que demuestre poseer estas cualidades sobrevivirá en su puesto muy por encima del clamor y el descontento populares.

Porque afortunadamente para nosotros el jefe de las garzas es de una lealtad envidiable. Una lealtad que esta muy por encima de sus promesas al electorado en cuanto a honestidad y transparencia. Aunque esa lealtad la confunde la masa con falta de carácter. Y aún osan acusarle, injustamente, de blandengue: de patrocinador de sinverguenzuras. ¡ Pueblo malagradecido!

¡Aló, Presidente!

  Definitivamente este es un país que marca el rumbo de las democracias modernas: un faro que señala el camino a seguir por los países libres en un mundo convulso y hundido en las nieblas de la incertidumbre.
En medio de la demolición de la otrora celebérrima barraca bautizada, en mejores tiempos, con el nombre de la aún más famosa marca de llantas, nuestro Primer Ciudadano advirtió:
- El pandillero que toque esta barraca o venga a intimidarla, crea que va a venir la misma escolta presidencial a poner orden.
Y a renglón seguido prometió dar el número de su celular personal a una de las presentes, para que en caso de oídos sordos por los fascinerosos del entorno, le llame directamente a cambio de enviar a sus guardaespaldas para imponer el orden perdido – y de paso dejar constancia que no amenaza en vano-.
Mejor aún que en Ciudad Gótica, donde la democracia no revela tales alcances, pues la línea directa – el batifono- sólo conecta al inspector de la policía con el muerciélago vigilante y protector. Igual que la batiseñal…
Aquí, en nuestra pequeña nación, a partir del momento de las declaraciones, llevaremos el desarrollo de la democracia y la participación popular a unos niveles que ya nos envidiaría el mismísimo Abraham Lincoln, el presidente norteamericano que habló del “gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo”. Pero, que lamentablemente se quedó en puro bla bla blá, como es la costumbre en las castas políticas del resto del mundo, no así en la nuestra, la criolla, que ya comienza a dar pruebas consistentes de avances y un desarrollo envidiable. Y sobre todo, de palabra cumplida.
A partir de ahora, cualquier ciudadano tendrá al alcance de una llamada o de un chat, al Ciudadano Mayor del país.
- ¡Aló, señor presidente! ¡Venga rápido, por favor, que hay unos malandros en la calle de enfrente robándole la bolsa del super a una ancianita!
-¡Aló, señor, presidente! ¡Apresúrese, por Dios, que me roban el auto!
-¡Aló, señor presidente! ¡Necesito que se presente de inmediato que aquí hay un “no voy” que se niega a llevarme en su taxi!
-¡Aló, señor presidente!…
-¡Aló, señor presidente!…
-¡Aló, señor presidente!…
¡Qué envidia los panameños!, será el suspiro reinante en latitudes fuera de nuestro territorio.
¿Por qué nuestros presidentes no son como el que tienen en Panamá?, se quejarán los votantes del resto de la bolita del mundo amén.
-¿ Y quién te asegura que no resultará igual que las otras líneas disponibles para dizque resolvernos problemas ciudadanos?- escupió el inconforme de mi vecino y campeón del pesimismo nacional.
En este país lo que sobran son las líneas para llamar y quejarse, siguió destacando, pero lo que falta es gente dispuesta a responder y resolver de inmediato. Llamas para denunciar una rotura de tubería por la cual se pierden cientos y cientos de galones de agua potable y pasan meses y aún años antes de que alguien se digne presentarse a resolver. Te percatas de movimientos raros en la casa del vecino que anda de viaje con su familia y vas y marcas el número de “Proteger y servir” y amaneces asomado y angustiado junto a tu ventana solo para enterarte que los cachivaches de la familia viajera fueron mudados en un camión que esperaba junto al muro trasero de la casa. ¿Y los guardianes del orden? Me los saludas si alguna vez se dignan acudir al llamado.
Y ni qué decir con el resto de las líneas a disposición de la ciudadanía, incluídas la de la institución de salud de los trabajadores nacionales, que es el monumento supremo a la burocracia presente y futura.
- Despierte, vecino, ya está muy grandecito para pecar de ingenuo. Ninguna línea telefónica resuelve los problemas de la gente, porque los funcionarios a los que se dirigen los gritos de auxilio andan en otras vainas. ¡ Esos están ahí únicamente para cobrar sus salarios, no para servir a quienes se los pagamos!...Y eso incluye al Funcionario Número Uno.


Libertad bajo fuego...¡ Y en seco!

   Decía un olvidado personaje de mi terruño que no es aquél que más alto despotrica de paraísos y virtudes, el que resulta ser el mejor cura para el pueblo. Sabiduría popular que viene a cuento ahora que la brújula de Palacio y de algunas de sus sucursales apunta hacia un lado y se actúa en dirección contraria.
Porque el nuevo monarca que ocupa el trono ha resultado de piel sensible: pero no para las necesidades y urgencias del pueblo al que atarugó de falsas promesas, sino extremadamente sensible ante las críticas de aquellos que no comulgan con sus fantasías y desvaríos. Contra periodistas, comentaristas y caricaturistas que a diario manifiestan lo que le resulta evidente a un pueblo hastiado: que el actual inquilino de palacio no es el Moisés que partirá las aguas del mar Rojo y nos guiará a la tierra de nuestros sueños. Nuestro profeta de barro carece de las aristas necesarias para alimentar el sueño de un verdadero y profundo cambio nacional.
Escribo ésto y, ante tal descripción, por aquellas desconocidas y traicioneras asociaciones neuronales, me viene a la memoria el personaje de una divertidísima telenovela colombiana que estuvo en cartelera hace algunos años. El inútil, creo que se titulaba; y su vida, como la de nuestro personaje de marras, giraba sólo en torno a los paseos y a la incompetencia. Un personaje sin trascendencia, que entre una promesa y otra, derrochaba su vida entre tragos y bailes improductivos. Una rémora que vivía de las ilusiones de los demás, concentrado solo en sus intereses e incapaz de construir nada que reportara beneficios a alguien ajeno a sus propios bolsillos.
Pero, como decía mi recordada abuela, las desgracias viajan acompañadas. Y como si la incompetencia no fuera suficiente, el aprendiz de sátrapa se manifiesta intolerante e irrespetuoso de principios vitales y consagrados para la convivencia pacífica y el desarrollo de una verdadera y efectiva democracia. Ante las críticas que se le expresan, reacciona pidiendo las cabezas de todos aquellos que osan contrariarle y pisotea la constitución política de este país que en su artículo 37 establece que “Toda persona puede emitir libremente su pensamiento de palabra, por escrito o por cualquier otro medio, sin sujeción a censura previa”. Por supuesto, se impone aquí la pregunta del millón: ¿se habrá leído alguna vez el mandamás de turno nuestra Carta Magna? ¿ O siquiera algunos de los documentos que a nivel internacional consagran el derecho de los ciudadanos a la libre expresión? Sospecho que no. Porque entre tanto paseo y el agotador proceso de perseguir y acosar a los que le adversan, no debe quedarle mucho tiempo para lecturas inútiles.
Mas, entre tanta ceguera como la que le rodea no sería de caballero negarle sus méritos y logros: Afina la puntería contra un destacado presentador de noticias; sacó de un reconocido canal de televisión a un brillante comentarista político. Pidió la cabeza de otro también brillante y muy deportivo, pero que le fue negada. Y recibió en bandeja de plata la de un veterano caricaturista del patio – servidor de ustedes-. Y la lista irá creciendo en la misma medida en que vayan creciendo el descontento y el hastío popular.

No andaba muy lejos de la verdad aquél recordado personaje de mi tierra en cuanto a curas y profetas de barro. La libertad y el derecho- decía en el parque donde ocupaba sus muchas horas ociosas- no son más que un chicle cuando solo sirven para llenar la boca del hipócrita.

¡Vade retro!

 Entre la bruma de los años y las neuronas debilitadas por la edad, recuerdo que a los tres o cuatro años ya era fanático de los cómics o pasquines, que en el lenguaje vernacular de mi terruño llamábamos simplemente “paquínes”.
Aún sin saber leer consumía esas historias por la sola magia de los estupendos dibujos que arrancándome de la realidad circundante de mis pocos años me llevaban a Ciudad Gótica, donde un murciélago oscuro y millonario castigaba a los criminales que osaban irrumpir en su territorio. O me transportaba a la afortunada Metrópolis, protegida por un poderoso extraterrestre venido de un lejano y desaparecido planeta. Muchas otras de esas magnificas imágenes me hacían recorrer los pasillos elegantes del refugio de un misterioso ladrón francés, Fantomas, que entre un grupo de colaboradoras llamadas con los signos del zodíaco, hacía gala de un valor y una inteligencia temerarias, salpicadas de citas literarias y referencias a la cultura y el arte universales. Esta última historieta terminó por despertar mi curiosidad y llevarme al placer de los libros. Y con los años, todo ese cúmulo de paquines acumulados en la memoria terminarían por llevarme a la que ha sido mi profesión durante las tres últimas décadas y que, parodiando a nuestro recordado García Márquez, me hace declarar que es “el mejor oficio del mundo”: el de caricaturista.
Mi nombre es Julio Enrique Briceño. Y soy de un pequeño pueblo ubicado en el centro de Panamá. Llegué a la capital del país, llamada también Panamá, a principios de 1987, y de inmediato comencé a publicar mis caricaturas en el desaparecido diario Extra y en el afamado periódico La Prensa. Publicaba en ambos en condición de freelance, al igual que en el semanario Quiubo, perteneciente al legendario periodista y caricaturista Alfredo “Wilfi” Jiménez, creador de las satíricas Garzas y a quien considero mi maestro en los menesteres de ambos oficios: el de caricaturista y el de periodista. Porque animado por su ejemplo fui a la Universidad de Panamá y estudié formalmente la carrera de periodismo.
En mayo de 1987 entro a la plantilla laboral del diario La Prensa, con todos los derechos que dicta la ley nacional al respecto. El país estaba entonces bajo la implacable férula de una dictadura comandada por el siniestro Manuel Antonio Noriega y sus secuaces, que pasaron a convertirse en el objetivo de nuestros dardos satíricos.
Un pequeño grupo de caricaturistas, desde las páginas de este diario, denunciamos todos los desmanes y jugarretas del régimen. Entre burlas y una osadía impulsadas tal vez, en mi caso, por el idealismo y la inexperiencia de los pocos años, caricaturizamos hasta los sospechosos nexos del tirano con las figuras del narcotráfico destacadas en ese momento. Y extrañamente, el sátrapa de turno cerró en repetidas ocasiones los medios que le adversaban, pero jamas atentó directamente contra los caricaturistas que hacían las delicias del lector con sus burlas y plumazos.
Cayó la tiranía en diciembre de 1989 y se reinstauró la “democracia” en el país. En el período comprendido entre 1990 y 2014, elegidos por el voto popular, cinco presidentes ocuparon nuestra casa presidencial llamada “El palacio de las garzas”. Cinco presidentes que, junto a su corte de ministros y funcionarios, alimentaron opíparamente la imaginación y el trabajo de los caricaturistas que insistimos en nuestras denuncias y sátiras. En ese período de tiempo, un presidente en funciones demandó a un caricaturista, y años después, un expresidente y un exvicepresidente cometieron la misma imprudencia. Pero, como decimos en mi país, sin que la sangre llegara al río.
Tuvo que llegar el proceso electoral del 2014 para que esta historia cambiara. Un pueblo hastiado se vió abocado a elegir nuevo presidente entre algunas opciones lamentables. Sin otra alternativa, se decantó por elegir la que pensaba era “la menos peor”. Y llevó al poder de palacio al vicepresidente del período anterior. El que, en apariencia, hizo las mejores promesas y endulzó más efectivamente los oídos de la masa votante. Y, ¡sorpresa!, nuevamente nos equivocamos…
Luego de diecinueve meses de ocupar la silla presidencial y de hacerle compañía a las garzas del palacio, nuestro primer ciudadanoy sexto presidente de la era “democrática” ha repetido los mismos escándalos que adornan nuestra ya larga historia patria – corrupción, nepotismo, viajes frecuentes e improductivos,promesas incumplidas, incompetencia…etc, etc-.
Pero, como si no bastaran los antes señalados, a ellos se suman ahora el acoso intenso a quienes le adversan, sobre todo a los periodistas que no celebramos sus chistes ni su mala gestión. Para muestra varios botones: un brillante comentarista político fue sacado sin explicaciones convincentes del canal donde examinaba la realidad política y manifestaba sus ácidas y certeras opiniones. En el mismo canal, un presentador de televisión que le critica acremente vive bajo el fuego de una intensa y anónima campaña de desprestigio. Y, tras una serie de caricaturas en las que denunciaba la influencia de sus alcohólicos negocios sobre sus decisiones presidenciales, después de casi 30 años, el periódico me anuncia el 2 de febrero mi destitución laboral, maquillada bajo la figura de acuerdo mutuo.
Después de meses de sospechas y acusaciones de suavizar la línea editorial y manifestar un creciente tufo oficialista, no hay que ser un genio para sumar uno más uno…
De cuando en cuando los noticieros televisivos presentan las imágenes del hoy convicto ex general Noriega. Un tipo viejo y achacoso, en silla de ruedas, que con la mirada perdida pero aún teñida de misterios y secretos, pasa los dias encerrados entre cuatro paredes, cumpliendo una condena ganada a pulso con sus crímenes y desmanes. Cuándo se le habría ocurrido pensar que veintiseis años más tarde, uno de los presidentes elegido democráticamente, le haría fuerte competencia para destronarle o acompañarle en el salón de la fama de los sátrapas nacionales.
¡Ni un paso atrás!