Y a pesar de
la tecnología y el incesante cambio, finalmente prefiero creer que el tiempo es
circular, como tituló Borges uno de los ensayos de su inolvidable Historia de la eternidad. Que el tiempo
es una enorme rueda como las que nos heredaron los aztecas en su conocidísimo
calendario pétreo, y que la rueda gira y gira repitiendo eventos una y otra
vez.
Para
muestras un botón: a pesar de contar con la esclavizante televisión con sus
decenas de canales, sin hablar de la adictiva internet y sus interminables
redes sociales, seguimos sometidos a los influjos de una historia muy bien
contada, ya sea que esta aplique en la categoría de reportaje impreso,
televisivo, o en los más populares chismes de peluquería unisex o bochinche
cervecero de mesa de dominó.
Todo el que hoy
tenga hijos aún adolescentes recuerda, en un nebuloso ayer, el resurgimiento de
los memorables cuentacuentos. Hombres o mujeres con un cierto aire
intelectualoide y una fantasía a toda
prueba que se ocupaban de regar la imaginación de los pequeños retoños con un
chorro de historias adobadas de fantasía, magia y sorpresa.
Y no carecen de reválida los dedicados al oficio. La
algún dia clásica e inmortal Wikipedia señala que “Un cuentacuentos (traducción al español del término
inglés storyteller), también llamado contador, cuentista o cuentero, es un
narrador oral de cuentos e historias”. Palabras más palabras menos, lo que
hacían hace más de cuarenta años los recordados viejos del barrio que, taza de
café en mano y sentados sobre un añoso tocón ( parte del tronco de un árbol que queda en el suelo y unida a
la raíz cuando es talado por el pie, para los mal pensados) azuzaban nuestros
más primitivos miedos con aterradoras historias de la tulivieja o el chivato.
¡ Cuántas pesadillas no atesoramos como producto de aquella costumbre que hasta
hace poco creaímos tan extinta como los cobradores de impuestos.
Con el
correr de los años el tema de estos históricos personajes- los cuentacuentos-
pasó de la tulivieja y el chivato, a la mujer vestida de bata larga y blanca y
cabello de igual tono que cualquier camionero que se respete debe haber visto
recostada en algún puente interiorano en uno de sus insomnios carreteros. La
evolución cuentera nos llevaría luego a la enfermera que en las madrugadas
hospitalarias atiende a uno que otro recluído sin que el aludido se percate
hasta un par de horas después cuando la que si ponchó tarjeta insiste en
propinarle una pastilla que ya el enfermo asegura haber tomado.
En 1993 vendría una degeneración de la tradición
cuando Steven Spielberg nos sale con unas historias terribles sobre dinosaurios
resucitados, vivitos y coleando en pleno siglo XX. ¡Habráse visto patraña
semejante! ¿A quién se le ocurre hacernos creer que existe la mínima
posibilidad de ver dinosaurios en esta época? Hay que ser realmente perverso
para intentar reemplazar personajes tan cotidianos como la Tepesa y el Chivato
por semejantes bichos.
Luego de Spielberg vendrían nuevos aires en la
tradición oral latinoamericana cuando corrió como reguero de pólvora la
historia del Chupacabras. Aires frescos en la imaginación popular y un nuevo
retorno a nuestras raíces imaginativas con un personaje tan real e intimidante
como una suegra en nuestra casa.
Para estas
fechas, a unos años de culminar la segunda década del siglo, el cuentacuentos
es ahora un personaje con una cierta relevancia nacional; una casta que ha
logrado enquistarse en las altas esferas económicas y de poder de nuestros
países. En el nuestro, por ejemplo, se reproducen cada cinco años, cuando se
despliegan por cada rincón del país, endulzando las orejas nacionales y
llenándolas de cuentos de nunca acabar, de lluvias de maná donde nos ahorramos
el desierto y la caminata de 40 años.
Para estos días, quien asegure que somos un país sin
tradición ni cultura, merece más que.un
sopapo en la jeta. Somos una nación guiada por la imaginación y la fantasía
desbordada de un supremo representante cuentacuentero. Somos un país que apostó
al desborde febril de la creatividad y alojó en su máximo palacio de gobierno a
un cuentero sin par en estos terruños. Un practicante cuyo hechizo imaginativo
nos ha dado ya perlas tan grandiosas como “el pueblo primero”, “techos de
esperanza”, “cero letrinas”, “ 58 balboas más para tu bolsillo”, “mayor
transparencia”, “más seguridad”, “Panamá bilingüe”, “Barrios seguros”, y un
largo etcétera tan fantástico que se lo envidiaría el siempre recordado e
imaginativo García Márquez, o cualquier otro representante del realismo mágico.
A todos los
incrédulos de este país: la imaginación está alojada en palacio y acompaña por
un par de años más a nuestras queridísimas garzas. ¡ Larga vida a la fantasía y
al Cuentacuentos Supremo!...al que descansa en la silla, no al que manda detrás
de ella.